- Las mujeres buscan las frescas hojas del 'savonnier' para alimentarse
- En algunos pueblos abandonan sus labores para robar comida a las hormigas
- En sus mejores días, las 'termitières' consiguen reunir 2 kilos de grano
Seguramente a ningún occidental que diera con sus huesos por primera vez en el Chad le llamaría la atención el árbol llamado 'savonnier'. Su interés se centraría, probablemente, en las miles de hectáreas completamente desiertas; en esos hombres sumergidos en una especie de trance que dejan correr el tiempo acostados en cualquier rincón o en los restos de animales putrefactos abandonados en medio de la nada.
O no. Quizá sus ojos no se separarían de esos niños que salen de todos lados y observan a los blancos como si de dioses caídos del cielo se tratase, emocionados tan sólo con recibir a cambio un saludo. A lo peor, nada de lo anterior le interesaría al viajero hasta que no se acostumbrase a una vida a 50 grados de temperatura.
Todo cambiaría cuando desde su jeep (los blancos en el Chad caminan poco) viera a esas escuálidas mujeres que se acercan parsimoniosamente a ese árbol, conocido en España como balanita ('Balanites Aegyptíaca' si se tienen conocimientos de botánica). A primera vista, parece que las chadianas acuden a ellos para conseguir madera. Pero no es el caso, ya que el Gobierno chadiano tiene prohibidas las talas. Cuando las mujeres se sitúan frente a estos árboles de hasta ocho metros de longitud se descubre el secreto: lo que inician es una especie de lucha ritual entre ellas, armadas con sus manos desnudas, y el 'savonnier', cuyas punzantes espinas de hasta siete centímetros de longitud custodian las preciadas hojas.
El valor de estas hojas radica en que se encuentran frescas al tratarse de una especie que soporta excelentemente bien el clima desértico de esta zona del Sahel. Si fuera por su sabor, nadie se acercaría a ellas. Pero no hay más donde elegir.
"Últimamente no encontramos ni siquiera hojas suficientes para hacer una salsa con ellas", explica Ache Moussa, natural de Belaje, cerca de Mongo (provincia de Guèra). El sabor de las hojas es amargo, y sólo se considera una buena cena si puede ir acompañado de alguna verdura. Pero la crisis alimentaria que sufre Chad impide que tal hecho sea habitual.
El Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU determina que el Chad es uno de los países más pobres del mundo. El 80% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. La sequía, las malas cosechas y un Gobierno más centrado en perpetuarse en el poder que en las necesidades de su pueblo ha provocado que más de dos millones de chadianos puedan quedarse sin alimentos que llevarse a la boca en los próximos meses.
ONG's como la española Intermón Oxfam hacen todo lo posible para intentar llegar cuanto antes a las aldeas donde la crisis alimentaria es mayor. Pero todo esfuerzo será insuficiente si el Gobierno chadiano no pone de su parte. Y por ahora, su presidente, Idriss Déby, ni siquiera reconoce la situación de emergencia que sufre el país. Aunque ha rebajado el precio del maíz, el sorgo o el mijo, estos productos siguen alcanzando cifras inalcanzables para miles de personas.
La situación es tan desesperada que en algunos pueblos las mujeres han tenido que dejar atrás labores habituales (generalmente las tareas más sacrificadas) para centrarse en robar comida a las hormigas. Mujeres cómo Fátima Doti, de 35 años y con ocho hijos bajo su custodia; Mariam Ousmane, con 42 primaveras y una decena de retoños; o Fatimé Moussa, que a sus 40 años ha visto morir por el hambre a dos de sus nueve hijos, se han convertido en 'termitières': cada mañana, coincidiendo con los primeros rayos del sol, dejan atrás su poblado y se adentran en las desérticas llanuras en busca de las mayores colonias de hormigas.
Las mujeres hormiguero caminan encorvadas, concentradas en la labor de descubrir cuál es la hilera de hormigas obreras que se dirige hacia las dependencias de su soberana. Es allí donde estos insectos han ido almacenando cuidadosamente el grano de cereal que el viento arrastró tiempo atrás.
Una vez detectado el lugar, las 'termitières' trabajan con una precisión mecánica. Una escarba el suelo con una azada que en una vida anterior debió de ser una lanza. Otra retira la tierra removida con una minúscula pala. La última utiliza una criba de esparto en la que mueve con paciencia lo que hace unos minutos fue la morada de la hormiga reina, no vaya a ser que un movimiento de más haga que se pierda algún grano.
En sus mejores días, las 'termitières' consiguen reunir un koro de grano, lo que equivale a 2,5 kilogramos. Este es sometido a un minucioso proceso de selección y preparación hasta que es transformado en una masa pastosa que es aderezada con sal y, si es posible, algo de aceite. Este es el alimento que mantiene a la mayoría de familias, las mismas que han visto morir a la mayor parte de su ganado al tiempo que las tierras se secaban ante la falta de agua y semillas.
En unas semanas volverán las ansiadas precipitaciones. Pero el agua que años atrás daba la vida, puede suponer el último empujón hacia la catástrofe humanitaria en 2010. Si la ayuda humanitaria no llega en junio, la lluvia que iniciará su ciclo en julio y finalizará en octubre hará imposible la búsqueda de nuevos hormigueros e impedirá los desplazamientos por carretera, al quedar impracticables los caminos de tierra que comunican las aldeas.
(Noticia de El Mundo, 5/6/2010)
O no. Quizá sus ojos no se separarían de esos niños que salen de todos lados y observan a los blancos como si de dioses caídos del cielo se tratase, emocionados tan sólo con recibir a cambio un saludo. A lo peor, nada de lo anterior le interesaría al viajero hasta que no se acostumbrase a una vida a 50 grados de temperatura.
Todo cambiaría cuando desde su jeep (los blancos en el Chad caminan poco) viera a esas escuálidas mujeres que se acercan parsimoniosamente a ese árbol, conocido en España como balanita ('Balanites Aegyptíaca' si se tienen conocimientos de botánica). A primera vista, parece que las chadianas acuden a ellos para conseguir madera. Pero no es el caso, ya que el Gobierno chadiano tiene prohibidas las talas. Cuando las mujeres se sitúan frente a estos árboles de hasta ocho metros de longitud se descubre el secreto: lo que inician es una especie de lucha ritual entre ellas, armadas con sus manos desnudas, y el 'savonnier', cuyas punzantes espinas de hasta siete centímetros de longitud custodian las preciadas hojas.
El valor de estas hojas radica en que se encuentran frescas al tratarse de una especie que soporta excelentemente bien el clima desértico de esta zona del Sahel. Si fuera por su sabor, nadie se acercaría a ellas. Pero no hay más donde elegir.
"Últimamente no encontramos ni siquiera hojas suficientes para hacer una salsa con ellas", explica Ache Moussa, natural de Belaje, cerca de Mongo (provincia de Guèra). El sabor de las hojas es amargo, y sólo se considera una buena cena si puede ir acompañado de alguna verdura. Pero la crisis alimentaria que sufre Chad impide que tal hecho sea habitual.
El Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU determina que el Chad es uno de los países más pobres del mundo. El 80% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. La sequía, las malas cosechas y un Gobierno más centrado en perpetuarse en el poder que en las necesidades de su pueblo ha provocado que más de dos millones de chadianos puedan quedarse sin alimentos que llevarse a la boca en los próximos meses.
La conversión en 'termitières'
Las seis provincias situadas en la banda del Sahel, al sur del desierto del Sáhara, son las más afectadas. En ellas, medio millón de personas sufren hambruna en la actualidad y la situación no tiene visos de mejorar en las próximas semanas.ONG's como la española Intermón Oxfam hacen todo lo posible para intentar llegar cuanto antes a las aldeas donde la crisis alimentaria es mayor. Pero todo esfuerzo será insuficiente si el Gobierno chadiano no pone de su parte. Y por ahora, su presidente, Idriss Déby, ni siquiera reconoce la situación de emergencia que sufre el país. Aunque ha rebajado el precio del maíz, el sorgo o el mijo, estos productos siguen alcanzando cifras inalcanzables para miles de personas.
La situación es tan desesperada que en algunos pueblos las mujeres han tenido que dejar atrás labores habituales (generalmente las tareas más sacrificadas) para centrarse en robar comida a las hormigas. Mujeres cómo Fátima Doti, de 35 años y con ocho hijos bajo su custodia; Mariam Ousmane, con 42 primaveras y una decena de retoños; o Fatimé Moussa, que a sus 40 años ha visto morir por el hambre a dos de sus nueve hijos, se han convertido en 'termitières': cada mañana, coincidiendo con los primeros rayos del sol, dejan atrás su poblado y se adentran en las desérticas llanuras en busca de las mayores colonias de hormigas.
Las mujeres hormiguero caminan encorvadas, concentradas en la labor de descubrir cuál es la hilera de hormigas obreras que se dirige hacia las dependencias de su soberana. Es allí donde estos insectos han ido almacenando cuidadosamente el grano de cereal que el viento arrastró tiempo atrás.
Una vez detectado el lugar, las 'termitières' trabajan con una precisión mecánica. Una escarba el suelo con una azada que en una vida anterior debió de ser una lanza. Otra retira la tierra removida con una minúscula pala. La última utiliza una criba de esparto en la que mueve con paciencia lo que hace unos minutos fue la morada de la hormiga reina, no vaya a ser que un movimiento de más haga que se pierda algún grano.
En sus mejores días, las 'termitières' consiguen reunir un koro de grano, lo que equivale a 2,5 kilogramos. Este es sometido a un minucioso proceso de selección y preparación hasta que es transformado en una masa pastosa que es aderezada con sal y, si es posible, algo de aceite. Este es el alimento que mantiene a la mayoría de familias, las mismas que han visto morir a la mayor parte de su ganado al tiempo que las tierras se secaban ante la falta de agua y semillas.
En unas semanas volverán las ansiadas precipitaciones. Pero el agua que años atrás daba la vida, puede suponer el último empujón hacia la catástrofe humanitaria en 2010. Si la ayuda humanitaria no llega en junio, la lluvia que iniciará su ciclo en julio y finalizará en octubre hará imposible la búsqueda de nuevos hormigueros e impedirá los desplazamientos por carretera, al quedar impracticables los caminos de tierra que comunican las aldeas.
(Noticia de El Mundo, 5/6/2010)
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